Nació el 1º de febrero de 1926 en Molles de Olimar Chico,séptima sección del departamento de Treinta y Tres, a los 6 años se mudó a Cañada de los Brujos en la zona de la Quebrada de los Cuervos. “El Laucha” aprendió ahí mismo, de su padre, el amor a la tierra a la que luego le dedicaría años y años de estudio. No tuvo una niñez fácil, junto a sus 10 hermanos pasó hambre y frio, vivencias que forjaron una sensibilidad social especial en él. Trabajo como peón de chacra, arado con yunta de bueyes y chofer del sulky de la maestra. En el Arrozal Treinta y Tres fue peón y cocinero de los taiperos, vendió pasteles en las carreras de caballos, fue vendedor de pan y mozo de bar y de hoteles.
Proveniente de una familia de músicos, su deseo de niño era aprender guitarra y para ello estudió teoría, solfeo y guitarra desde los 10 años de edad. Su primer guitarra la construyó con una lata de dulce de leche que consiguió en un “boliche”. Las cuerdas eran de hilo de coser torneados, mango de palo y clavijas de madera. En poco tiempo se transformó en un excelente guitarrista dando conciertos en Treinta y Tres, Montevideo y Brasil.
Fue referente central junto al maestro Rubén Lena ese fenómeno de
la cultura popular que se llamó Los Olimareños gracias a su gran
amistad con Víctor Lima. Deslumbró a Atahualpa Yupanqui,cuando
estuvo de visita en Treinta y Tres, a finales de los años 30. Poseía un
original método para tocar la guitarra usando el dedo meñique, sus
notas quedaban “flotando” en el aire.
Incursionó en la arqueología con el Profesor Antonio Tadei, salían al campo solo con un “cojinillo” y unas galletas. Se convierte en pionero en el estudio de la antropología nacional. Pero lo de él era la práctica, se consideraba autodidacta. “Sabemos mucho de universidad pero poco de universo, fuera del librito está el universo y las leyes universales” solía repetir.
Durante un tiempo vivió en Montevideo, estuvo preso desde 1973 a 1985, durante el gobierno de facto. Tras recuperar su libertad, vuelve a la ciudad de Treinta y Tres.
En 1989 decide mudarse a vivir a Charqueada, donde retoma sus actividades arqueológicas. Es así que más adelante crea el Museo Antropológico de Vergara, que alberga una colección estimada en 1300 piezas, como boleadoras, puntas de flechas, alfarería, entre otras.
Casa donde vivio «el Laucha» en Charqueada
Es a su tesón y dedicación a quien se le debe el rescate de esa memoria histórica. Se definía a sí mismo como “rastreador de antiguas verdades”. Sin apoyo alguno, solo acompañado de su mujer, Beatriz Bustamante, salían a buscar los lugares exactos donde están los “Cerritos de los Indios”. Juntos escribieron varios libros relacionados a este trabajo, que fueron reconocidoscon diversos premios.
Cerámica corrugada de barrancas R.Cebollatí
Montículo de márgenes del Rio Cebollatí
Poseedor de una singular personalidad, el “Laucha” era muy crítico con varios temas sociales, tenía una particular mirada sobre los principales héroes patrios, no le gustaban los reconocimientos públicos, se ha resistido casi que desde siempre a todo homenaje, aunque, sin embargo, ha participado de varios. El Festival del Olimar pretendió otorgarle la máxima distinción con que año a año galardona a figuras relevantes de la cultura departamental pero “El Laucha” no quiso hasta que, en el año 2002, y nuevamente sin su consentimiento, en acertada medida, se decidió igualmente otorgarsela. Obviamente que no fue a recibirla. Tampoco la quiso cuando se la fueron a llevar, por lo que debió quedar depositada – hasta ahora- en el Museo del Canto Nacional.
Los vecinos de La Charqueada aún lo recuerdan,sacando medidas en las barrancas sobre el Cebollatí, estudiando el rápido deterioro y haciendo predicciones sobre el futuro del pueblo,con el avance del río. O “metido” entre los montes, buscando el Ceibo Blanco originario de los que luego tendrían su área de dispersión en el pueblo. O conversando animadamente con los vecinos de mayor edad, “juntando” historias de Aquí Nomás,como el título de uno de sus trabajos escritos.
El Laucha, hombre de la sierra que atesoran sus últimos trabajos en los llanos de la cuenca baja del Cebollatí.
Fuente: Walter Acarino